jueves, 22 de marzo de 2012

Síndrome del viajero eterno

Una de las cosas que más me cuesta explicar a alguien que siempre ha vivido en el mismo lugar, es la sensación de no pertenecer a ningún sitio. Es una especie de ansiedad, de no estar a gusto, de que falta algo… Yo lo llamo el “síndrome del viajero eterno”, porque una vez que picas ya no hay vuelta atrás, y me he cruzado con muy pocas personas que sepan a qué me refiero. Los expertos lo llaman “choque cultural reverso” (y tiene un cuadro de síntomas que os ahorro).
En su forma más sencilla, sería algo tal que así: al irte de una ciudad, tu memoria de esa ciudad se fija en ese momento y permanece inalterada para siempre. En nuestro nuevo hogar, siempre echaremos de menos esa ciudad e incluso idealizamos ese recuerdo. La realización de que uno sufre el síndrome se produce al volver y es por eso que esta enfermedad es tan cruel; es entonces cuando nos damos cuenta de que ese lugar idealizado en nuestra memoria ha seguido evolucionando sin nosotros y que ya no tenemos esa familiaridad que recordamos. El efecto es más fuerte cuanto más distintas sean las culturas entre sí y cuanto más tiempo haya pasado (por norma general).
Y así entras para siempre en una dinámica en la que nada es casa. Quieres vivir en una ciudad collage de recuerdos, experiencias y personas. Una mezcla de estilos, arquitecturas, gastronomías… Una ciudad mezcla de los recuerdos de todas las ciudades que has amado. Pero esa ciudad no existe.
Y el que no ha viajado más que de vacaciones no lo entiende. Y te dirá “No es para tanto”. Y para él (o ella) casa siempre será un lugar concreto. Generalmente se entiende que tienes que vivir en otro lugar al menos un año para notar los efectos.
Hace poco leí un artículo en inglés cuyo título podríamos traducir por “Volver a casa tras vivir fuera” y que lo explicaba de maravilla. Una de las cosas que decía la autora, Cora Heller, es que tiene esa sensación de querer volver todo el rato, pero cuando vuelve en realidad está deseando irse de nuevo. Esto es algo que he sentido muchas veces, peor no había acabado de entender a qué se debía.
También explica que conocer otras culturas te cambia para siempre, y que a pesar de no encontrarte “en casa” en nigún sitio, es un sacrificio que se volvería a hacer dada la oportunidad.
Coincido con ella en que lo que te pierdes en familiaridad de tu ciudad, lo ganas en familiaridad internacional; te conviertes en un animal de aeropuertos, y los check-ins y los controles de seguridad se convierten en algo trivial. Te conviertes en una persona más observadora y te resulta más fácil coger los principios básicos de la cultura en la que te encuentras y adaptarte a ellos.
Concluye que al final, uno debe dejar de preguntarse si se sentirá en casa algún día (o mejor dicho, en algún sitio) e intenta averiguar qué nos hace falta para sentirnos en casa ahora, donde estamos en este preciso momento.
Y los que sois un poco nómadas sabréis que al final hay esas pocas cosas, o esas pocas personas que serán “casa” para nosotros allá donde vayamos. Y algunos tendrán la suerte de que esas personas les acompañen y casa será cualquier lugar...


Fuente anónima

jueves, 8 de marzo de 2012

No vaya a ser que lo haga yo

No me pidas que vaya contigo porque no lo haré. Sabes que yo no sirvo para eso, sin embargo, pídeme, si eres capaz, que te quiera una noche con amor, no que brille por y para ti todas las madrugadas…
No vayas corriendo tras de mí, ni escribas mi nombre en cada hoja de cuaderno, solo limítate a decírmelo cuando el destino haga que coincidan nuestros caminos.
No esperes que te espere ni siquiera que tu lo hagas por mi… No tengo paciencia para quedarme inmóvil al borde del camino.
No quiero encabezar tu vida, no me conviertas en tu referente. Odio a los discípulos casi tanto como a los predicadores. Limitate a enseñarme lo que no conozca y seré una de tus fuentes. No pretendas que desvele todo lo que sé, ni mucho menos todo lo que sabes. Tendría que matarte.
No me hables cada día, no preguntes qué tal estoy, aprende a descubrirlo en mi mirada. Mis silencios suelen ser más elocuentes que mis palabras.
No intentes sorprenderme. Ojalá no lo consigas nunca. Tengo la odiosa habilidad de adivinar sólo las buenas intenciones de la gente.
No intentes comprenderme. No creo que lo consigas nunca. Me he especializado en decepcionar, empezando por quien me observa al otro lado del espejo.
No supongas que me comportaré igual que ayer. No me mires mañana como te estoy mirando hoy. Aprende a conocerme en cada instante. Soy volátil, mi identidad es más casual que causal.
No me intentes describir. No me inventes. No me encarceles con barrotes de palabras. Romperé tus esquemas por instinto. Sólo puedo prometer que conocerás lo que soy en cada momento. Jamás te mentiré, pero no aseguro que mi verdad sea la misma que ayer.
No me impongas gentilicios, nací extranjera y no creo en las fronteras. No me retengas. Sólo me quedaré a tu lado si no me pides que no me vaya.
No me amarres a tu vida, no me ofrezcas un hogar. No tengo raíces principito, y no me fastidia tanto. Soy nómada por vocación. Cómprame una maleta vacía, no un billete de ida y vuelta. Constrúyeme un barco sin ancla, remienda mis velas y sopla. Si me ofreces un puerto naufragaré en otros mares.
No me pidas que te bese. Alégrate si nunca lo hago. Tampoco trates de adivinar mis sentimientos.
Si has sido capaz de leer entre las líneas habrás entendido que es posible que todo esto no funcione. Así que, entre tú y yo, te voy a contar el secreto para no llorar en el intento...
No me ames.
No vaya a ser que lo haga yo...